lunes, 16 septiembre, 2024
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Detrás de las paredes, de adobe

Los 55 kilómetros que separan Tinogasta y Fiambalá por la ruta 60 en la provincia de Catamarca, donde predomina el clima cálido y seco, son un encuentro con el pasado que se revela al visitante en las construcciones opacas de color rojizo, acorde con la aridez del paisaje, que conforman la denominada Ruta del Adobe.

Esta milenaria técnica diaguita a base de barro, estiércol y paja, con más de 250 años de antigüedad y que sobrevivió a conquistas, guerras y nuevos métodos de edificación, es parte del tesoro que esconde la provincia argentina y que se refleja en decenas de casas y templos que son parte de los flashes de los viajeros que llegan hasta esa región.

Este noble material que fue utilizado en gran parte del norte argentino, así como en muchos otros lugares del mundo, se ha revalorizado en la actualidad por sus propiedades aislantes y el consiguiente ahorro de energía.

Tinogasta, habitada por comunidades originarias como los abaucanes, sahujiles, pituiles, huatungastas, mayupucas y fiambalaos, es un buen punto de partida para empezar a tener contacto con esta técnica. La pintoresca localidad ubicada sobre la costa derecha del río Abaucán, a 271 kilómetros de la capital provincial, acuna una de estas construcciones: el actual Hostal de Adobe Casagrande.

El edificio, construido en 1897 con la misión de albergar al comando del Batallón “Cazadores de los Andes” -cuando Argentina y Chile estaban al borde de la guerra por cuestiones limítrofes, lo que fue laudado por la corona británica- en la actualidad pertenece a esa hostería que adhiere a la cadena de Small Hotels, un equivalente a los hoteles boutique.

El revoque amarillo exterior deja ver en parte los antiguos bloques de adobe y una placa que recuerda que hace más de un siglo esa fue la “Casona de la Familia Orella”. Esta familia también fue dueña de otro edificio de la Ruta del Adobe: el Centro Cultural Municipal, construido en 1898 y que sirvió como hospital militar durante un año.

Luego fue el Hospital Público de Tinogasta, desde 1914 hasta 1982, cuando con la inauguración de un nuevo centro de salud, pasó a su función actual y alberga una biblioteca y el Museo Arqueológico Tulio Robaudi.

La histórica Iglesia de San Pedro levantada en 1770. (Turismo de Tinogasta)

“Pueblo de Indios”

A principios del Siglo XVIII, la actual Ciudad de Tinogasta era un “Pueblo de Indios”, gobernado por un curaca o cacique. Recién en 1780 fue erigida la parroquia de San Juan Bautista, con cabecera en Tinogasta como desprendimiento del curato de Londres. En 1848 comenzó el proceso de urbanización de la villa por iniciativa del padre Alejandrino Zenteno, quien logró que los vecinos donaran el espacio correspondiente para delimitar una plaza principal y ocho manzanas circundantes.

A 15 kilómetros de la ciudad, en un caserío casi completamente construido en adobe, conocido como El Puesto, se encuentra el Oratorio de los Orquera, erigido en 1747, que tiene un confesionario de algarrobo macizo e imágenes de la escuela cuzqueña.

Aquí se encuentran las imágenes de Nuestra Señora del Rosario, de Cristo crucificado y un cuadro de la Virgen María amamantando al niño, de 1717, que fueron traídas desde Chuquisaca, Perú. El edificio, de paredes enterizas de adobe, es pequeño y pintoresco, con el techo sostenido por vigas de algarrobo curvas, que caracterizan la arquitectura de la zona, y tiene a su lado el museo que conserva una gran cantidad de objetos.

Este virtual complejo histórico de sitio se completa con un antiguo lagar de cuero detrás del oratorio. y hacia el fondo del predio, como un fiel testigo de la historia, se erige un amplio olivo de fines del siglo XVIII.

En el caserío El Puesto se encuentra el Oratorio de los Orquera. (Turismo de Tinogasta)

Más testimonios del pasado

La Ruta del Adobe continúa a sólo un kilómetro y medio de El Puesto, cuando el visitante se interna por un camino de tierra hasta toparse con el paraje La Falda, olvidado del mapa y vacío de habitantes, donde se erige la Iglesia de Nuestra Señora de Andacollo, que fue restaurada en 2001. El edificio es de estilo Neoclásico, y su fecha de construcción se sitúa en la primera mitad del siglo XIX.

El edificio más antiguo del circuito se encuentra en Anillaco, lugar donde estuvo en el año 1.536 Diego de Almagro, y es la capilla Nuestra Señora del Rosario, levantada en 1712, y declarada Monumento Histórico Provincial en 1992, por ser también la de más años aún en pie en Catamarca.

Construida por indígenas a las órdenes de Juan Gregorio Bazán de Pedraza IV, el primer español que se instaló en la zona, este oratorio familiar tiene puertas con quicios y las vigas del techo son de algarrobo arqueado. El altar, realizado por completo en barro, resalta con el piso de tierra y las paredes, de un metro de espesor, carecen de ventanas, ya que el templo también oficiaba de fortaleza ante algunas rebeliones indígenas.

También se destaca por estas latitudes el Mayorazgo de Anillaco, que se terminó de construir hacia 1714. Se trata de una edificación de estilo andaluz, dispuesta en forma de “U” y prolongada en un gran patio cerrado con entrada para carruajes. El predio fue participe activo de la vida económica productiva. Estaba dedicado, principalmente al engorde de animales y llegó a contar con más de 114 hectáreas.

El Mayorazgo de Anillaco, que se terminó de construir hacia 1714. (Turismo de Tinogasta)

Con el sello Inca

Cerca del lugar, los turistas pueden visitar las ruinas de la ciudad diaguita de Watungasta, junto a La Troya, a unos 5 kilómetros de Anillaco, después de cruzar la ruta, donde hay restos de pucarás y recintos circulares de origen inca.

El verde de las plantaciones, producto del riego, no sólo anuncia un descanso de la aridez del paisaje, sino también que se está en las inmediaciones de la entrada a Fiambalá donde, rodeada de un bosque de algarrobo, se levanta la Iglesia de San Pedro, construida en 1770.

A diferencia de las anteriores, este templo que integraba el Mayorazgo de Fiambalá, se caracteriza porque su estructura está cubierta con una capa de pintura blanca que esconde el color original del adobe.

El altar, como en Anillaco, es de adobe e integrado a los muros y también tiene obras religiosas traídas de Bolivia, entre ellas una imagen de San Pedro pintada en Cuzco y una colección de pinturas del siglo XVIII, también de esa ciudad. Esta iglesia constituye uno de los pocos ejemplos de arquitectura virreinal de la región y fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1941.

Al fondo de la iglesia, en un patio arbolado, hay un pequeño templo de adobe, también blanqueado, en forma de domo, dedicado a Santa Rita, quien según la creencia popular, es quien “si algo te da, algo te quita”.

A pocos metros, la Comandancia o Plaza de Armas del Mayorazgo que ahora guarda herramientas, vasijas y piezas de colección, y que data de 1745, conserva el color del adobe sin ninguna interferencia. Sus paredes de bloques soportaban un techo formado por vigas de madera, una cubierta de cañas atada con tientos y una mano de barro. El revoque es de barro resistente a la lluvia: el secreto está en su elaboración. Al barro para la preparación del adobe, se le agregan hojas de pencas cortadas que desprenden un líquido viscoso que le brindan una excelente adhesión.

Como si esto fuera poco, Fiambalá, fundada en 1702, es una auténtica invitación a la aventura. Más allá de su historia con el adobe, valles, quebradas y puna dibujan un mapa de desafíos para descubrirla en contacto de la naturaleza en un ámbito de respeto y conservación. Heredera de una rica historia y cultura que trasciende en la variedad de sus artesanías, en su música y folklore, en el canto de las copleras de su tierra y también en las celebraciones y fiestas donde los pueblos honran a sus santos patronos.

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