El magnífico Salar de Pocitos, uno de los más importantes de la Puna Austral, está ubicado estratégicamente, en el camino que lleva a Tolar Grande, al Salar de Arizaro, al Cono de Arita, al Volcán Llullaillaco.
Este atractivo salteño está en el camino que une las localidades de San Antonio de los Cobres y Tolar Grande, dos municipios del departamento salteño de Los Andes, y para acceder es necesario tomar la ruta nacional 51, desde la ciudad de Salta, y atravesar la Quebrada del Toro.
Una vez en San Antonio de los Cobres, se debe seguir por el mismo camino hasta Olacapato y, desde allí, por la ruta provincial 27, pasar por Punta Cauchari, Laguna Seca y Estación Pocitos, desde donde se puede cruzar el salar en diagonal, a través de los conocidos Llanos de la Paciencia, en un paisaje inigualable de colores tierras y blanco.
Junto al salar se encuentra el pueblo de Pocitos, un pequeño caserío en el que residen unas 15 familias y que cuenta con una escuela primaria, un colegio secundario itinerante, una radio FM, dos casas de comidas, un puesto sanitario y un pequeño campamento de Vialidad.
Además, en este punto, que incluso es sede de algunas empresas mineras, se emplaza una vieja y desolada estación de trenes, en la que aún se pueden observar rieles y vagones abandonados, hierros a los que les ganó el óxido y que se muestran estoicos, como vestigios de otra época.
El salar está a 3.660 metros de altura sobre el nivel del mar, y mide unos 60 kilómetros de largo por 6 kilómetros de ancho, con un clima árido o desértico y soleado.
Por el oeste, el Salar de Pocitos está enmarcado por la Sierra del cerro Macón, de 5.600 metros de altura, y que es importante por la instalación de un telescopio robótico. Se trata del Centro Astronómico Macón (CAM), que posee excelentes condiciones para la observación astronómica, con un cielo despejado más del 93% de las noches y prácticamente sin contaminación lumínica.
Asimismo, este cerro es considerado un santuario de altura, y en su cima aún se conserva la denominada apacheta cumbrera, que dataría del período prehispánico, y que era utilizado para los rituales sagrados.
Todo esto, sumado a la serenidad de la Puna y al fantástico lago celeste que se genera, especialmente en la época estival, a la vera de la ruta 27, conforma un majestuoso escenario, ideal para quienes se sienten atraídos por la naturaleza y la aventura.