Con sus calles empedradas y laberínticas que atraviesan un conjunto de colinas sobre el mar, Olinda conmueve por la sencillez de sus pobladores, por las construcciones coloniales y por el colorido que aportan los múltiples artistas y sus carnavales. Ubicada sobre las costas de Pernambuco, esta ciudad de unos 400 mil habitantes es una de las más antiguas de Brasil y fue fundada en 1535 por el portugués Duarte Coelho.
Su centro histórico de unos diez kilómetros cuadrados, fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Entre el verde de los cocoteros y mangos, los vientos del Atlántico acunan a veintidós iglesias y once capillas, que en su mayoría fueron construidas entre los siglos XVI y XVII y exhiben una arquitectura y estilo barroco.
Además, la ciudad tiene la mayor concentración de artistas, talleres de arte y artesanías populares de Brasil. Y como si fuera escasa la oferta, todo está rodeado por playas de arena blanca y un mar color turquesa.
Según la tradición (o superstición), que los moradores recomiendan seguir, la primera vez que se ingresa a una de las iglesias de Olinda hay que hacerlo con el pie derecho, para después pedir tres deseos o, si uno lo prefiere, ofrendar tres agradecimientos.