Para respirar aires europeos que nos remontan a la “Belle Epoque” dentro de la provincia de Buenos Aires, hay que llegar hasta Lobos o Castelli, para conocer dos castillos que sorprenden por sus fantásticas estructuras e historias que esconden pasiones.
LA CANDELARIA
Transcurría 1840 cuando don Orestes Piñeiro compró los primeros lotes de campo en el partido de Lobos. Luego, estos formarían, en 1890, la estancia La Candelaria, llamada así en honor a su esposa, Candelaria del Mármol.
El castillo de la estancia se construyó en 1894, y se destaca por sus torres normandas y su portal gótico, que contrasta con los detalles en estilo barroco francés. En sus tres plantas principales se distribuyen sus salas, comedores, bibliotecas, salas de juego y su sala de estar. Una escalera con barandas de roble y descansos iluminados por vitraux franceses conduce a los 8 dormitorios y las 2 suites con muebles Luis XV y Luis XVI.
El parque exterior, de más de 100 hectáreas, fue diseñado por el paisajista Carlos Thays y contiene unas 240 especies de árboles, entre ellas: centenarias araucarias, palmeras, casuarinas, cedros, pinos y ombúes.
La Capilla Panteón, ubicada en un amplio claro, es la segunda construcción que capta la vista. Se culminó en 1937, a pedido de la única hija del matrimonio, Rebeca Piñeiro del Mármol de Fraga, con el objetivo de que sus antepasados descansen en la estancia. Actualmente, es uno de los escenarios elegidos por parejas a la hora de casarse.
LA RAQUEL
El Castillo La Raquel, tal como hoy uno lo aprecia al pasar en auto por el kilómetro 168 de la autovía 2, fue construido en 1894, aunque su torre fue terminada años más tarde. Ubicado a la vera del río Salado, en el partido de Castelli, cuenta con 80 hectáreas, 40 de ellas parquizadas por el paisajista danés Forkel.
Cuenta la historia que Felicitas, hija Carlos José Guerrero, se casó por orden de su padre con Martín de Alzaga, propietario de las estancias donde hoy se ubican balnearios como Pinamar y Cariló. Tuvo dos hijos (uno murió al nacer y otro pocos años después), y luego falleció su marido, lo que la convirtió en viuda y millonaria, a cargo de una enormidad de tierras. Tiempo después conoció a Samuel Sáenz Valiente, un joven propietario de la zona. Pero todo terminó en tragedia. Un antiguo pretendiente, Enrique Ocampo, luego de una fuerte discusión, le disparó por la espalda y luego se suicidó.
Hoy, el castillo de estilo francés, símbolo de la burguesía de mediados del siglo XIX y con sus paredes color salmón y techo de tejas, se utiliza para eventos.