miércoles, 24 julio, 2024
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Lisboa y sus confiterías que conquistan a los viajeros

Al pasear por las calles de cualquier ciudad portuguesa es imposible no tropezar con una pastelería tras otra, cuyos escaparates avalan una tradición para elaborar dulces que se remonta a siglos atrás y que no deja de conquistar a los turistas españoles.

La Confeitaria Nacional, Nicola o la Antiga Confeitaria de Belém, todas en Lisboa; el Café Majestic, en Oporto; Piriquita, en Sintra, o el Café Vianna de Braga, entre muchos otros, han seducido los paladares de los más golosos con dulces que van desde los omnipresentes pasteles de nata hasta otros más regionales.

A la centenaria Confeitaria Nacional se acercan cada día centenares de clientes en busca de probar algunos de los dulces típicos que han otorgado su buena fama a la repostería lusa.

Toda la pastelería de la Confeitaria es artesanalmente creada dentro de puertas según recetas tradicionales, algunas datadas de 1829, y guardadas bajo siete llaves. Muchas de esas recetas surgieron por las manos del segundo dueño de la Confeitaria Nacional, Baltazar Castanheiro Júnior, un enamorado por los diferentes sabores que iba descubriendo en sus incontables viajes. De Francia trajo la receta del bolo-rey, uno de los iconos de la actual pastelería portuguesa navideña.

En este sitio repleto de historia, es imposible pasar indiferente ante los pasteles dispuestos en los escaparates. El “pastéis de nata” es el más famoso dulce de la casa: tibio por dentro y crujiente por fuera.

Los famosos dulces portugueses surgieron siglos atrás a partir de recetas creadas por monjas que vivían en los conventos, lo que se conoce como confitería conventual, y en la actualidad casi todas las regiones de Portugal tienen su propio dulce tradicional.

Los primeros tenían como ingredientes el azúcar y las yemas de huevo, ya que las claras eran utilizadas para almidonar los hábitos de las monjas y los curas. Con yemas de sobra y con una enorme producción de azúcar, después de que en el siglo XV se popularizara la cultura agrícola de la caña de azúcar en la isla de Madeira, fue inevitable el aumento de los dulces elaborados en conventos.

La mezcla de yemas y azúcar dio origen al dulce más característico de la zona de Aveiro, los ovos moles (“huevos blandos”), que están considerados el primer dulce conventual portugués, con más de 500 años.

El beijo-de-freira (“beso de monja”) también tuvo su origen en un convento, el de Santa Clara (Oporto), y recibe ese nombre porque las monjas le daban forma de labios.

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