En medio de una naturaleza frágil y salvaje, la provincia de La Rioja esconde secretos milenarios que los combina con paseos y excursiones para disfrutar de sus colores de tonos ocres y rojizos. En la tierra del caudillo “Chacho” Peñaloza, uno puede sentarse en silencio a apreciar una pared de piedra de casi cien metros, darse una vuelta por alguna de sus quebradas o valles, apreciar el vuelo de los cóndores o bien remontarse a la historia del cable-carril en Chilecito.
Se trata de una provincia de gente cálida, hospitalaria, de buen clima durante todo el año, de cultura y tradición, una combinación que se hace presente en cada punto cardinal y que te invita a descubrirla visitando los 18 departamentos que la componen, para disfrutar de sus paisajes, de sus atractivos, de sus actividades, de la naturaleza plena, de sus servicios de calidad. De gastronomía sencilla, deliciosa y basada en productos locales, cuna del Torrontés Riojano.
Los paisajes riojanos son un entorno perfecto para desarrollar actividades y vivir experiencias increíbles en torno a la aventura, a la cultura, en los caminos con historia, en senderos naturales, es un destino diferente para visitar lugares de tierra colorada y majestuosos paisajes, colores que impactan y quedaran en el recuerdo de cada visitante.
QUEBRADA DEL CÓNDOR
A 180 kilómetros hacia el sur de la capital riojana, después de atravesar un camino de piedras gigantes, se llega a la Reserva Natural Quebrada de los Cóndores. El lugar es la morada de unos 200 cóndores que planean muy cerca de los visitantes. Primero se llega al paraje de Tama, centro urbano y cabecera del Departamento Ángel Vicente Peñaloza, donde la historia signó páginas de la proeza de caudillos como “El Chacho” en su lucha por el federalismo.
Luego a Sierra de los Quinteros y desde allí se necesitan un par de horas de cabalgata. Algunos, los más entrenados se animan a la caminata. La parada final es en un gigantesco peñasco que oficia de mirador. Al poco tiempo que uno está allí, llegan los cóndores, que sobrevuelan en círculos para luego avanzar hacia sus nidos.
PUCARÁ DE HUALCO
San Blas de los Sauces, ubicado a 180 kilómetros de la capital riojana, es un departamento compuesto por 16 pueblos a lo largo de la ruta nacional 40, rodeados de un paisaje exuberante y que guarda en su interior un tesoro arqueológico único: el Pucará indígena de Hualco, de más de mil años de antigüedad.
Con el cordón de sierras del Velasco como telón de fondo, y la vista del nevado de Famatima que se deja adivinar en el horizonte, este pintoresco rincón de la geografía riojana, con una extensión de 16 kilómetros que bordean el cauce del río Hualco, es un atractivo turístico de características únicas en la región.
La subida, aunque poco empinada, en su primer tramo deja sin aliento, una sensación pasajera hasta que el cuerpo se aclimata a la altura. Después, es todo disfrute: hacia la izquierda la vista de la quebrada y sus formas rocosas; al frente, el valle y los álamos a la vera del río Los Sauces; y a la derecha los rectángulos perfectos de los viñedos y cultivos de pistacho. En esta zona, muy cerca de Scharqui, habitó la comunidad Hualco, descendiente de los Aguada hace mil años. Las ruinas están compuestas de cincuenta recintos: viviendas, depósitos de alimentos, una plaza ceremonial, un anfiteatro y un pucará, fortificación defensiva de nombre quechua.
VALLECITO ENCANTADO
A pocos kilómetros en el límite con San Juan, existe un lugar mágico llamado “El Vallecito Encantado”, donde la naturaleza formó misteriosas geoformas de colores que contrastan con la aridez del desierto que se refleja en la nula vegetación. Este pequeño valle situado cerca de Guandacol sobre la Ruta 40, tiene al rojo como el color dominante.
En el acceso hay un mirador de madera que permite tener una visión absoluta de esta belleza. El paisaje muestra, sin duda, cómo era la Tierra hace 360 millones de años. A lo lejos se ven formaciones montañosas de tonos azulados, amarillentos y grises. Siguiendo por un sendero aparece el Vallecito.
Una especie de balón y la formación de una copa rota, sorprenden por sus formas, producto de milenarios procesos de erosión. Las geoformas se exhiben como si se tratara de una muestra escultórica natural, alguna de ellas tienen nombres como “El perfil de la momia”, “El barco”, “El lagarto”, “El sombrero”, y “El balón”, pero sin dudas la que más acapara la atención es la llamada “Copa del mundo”, que semeja un trofeo de más de dos metros de alto.
CAÑÓN DE ANCHUMBIL
Otro sitio que se caracteriza por sus gigantes e imponentes formaciones rocosas de color rojizo es el Cañón de Anchumbil, un laberinto de rocas enormes pertenecientes al periodo Triásico. Los mismos en algún momento estuvieron en posición horizontal pero, con el surgimiento de la Cordillera de Los Andes comenzaron a resquebrajarse y a levantarse quedando de forma vertical y formando asombrosas figuras, pasadizos, escondites y laberintos.
Una de las figuras más famosas es la del “Cañadón”, una curiosa forma convertida en objeto de arte natural y en foco de muchas fotografías. Logró esta forma por los efectos del clima en la zona: la erosión del viento, la lluvia y los intensos calores. Cañón de Anchumbil es una encantadora propuesta para descubrir la combinación entre historia y naturaleza, un lugar donde el pasado se hace presente y la naturaleza deja sus huellas en un constante cambio.