La lejanía, su frío extremo, sus plataformas de hielo y las cordilleras, así como los animales y la vegetación hacen de la Antártida un paisaje único. En medio de un silencio que suele decir más de lo que uno imagina, las exóticas formas de vida del continente blanco, ubicado a tan sólo 1000 kilómetros de Ushuaia, desafían al viajero a aprovechar su tiempo al máximo.
Justamente esta ciudad es la puerta de entrada al continente blanco, que desde noviembre a marzo recibe la visita de decenas de embarcaciones que se animan a explorar las tormentosas aguas del sur. Desde Argentina se puede acceder a la Antártida a través de cruceros y veleros. Pero cada vez más gente prefiere viajar en embarcaciones pequeñas, que ofrecen una experiencia personalizada para aprender o practicar la navegación.
Eso sí, hay que estar preparado. La temperatura media en verano es de 0,4°C y es considerado uno de los lugares más ventosos del mundo: se han llegado a registrar, excepcionalmente, vientos de 270 km por hora. Por eso muchos coinciden que el mes ideal para visitar estas tierras del sur del país enero, ya que el frío no es tan desgarrador, no hay prácticamente nieve que impida caminar y los animales rodean el lugar con su belleza.
Para llegar a las Islas Shetland del Sur, ubicadas al noroeste de la península antártica, se debe atravesar el Pasaje de Drake por un día y medio. Aquí es donde las aguas del Océano Pacífico se encuentran con el Atlántico, haciéndolo conocido por ser de los mares más temidos del mundo con olas que pueden llegar a 10 metros si las condiciones climáticas no son favorables.
En general, los experimentados capitanes de estos barcos evitan encontrarse con estas tormentas modificando los horarios de salida o de regreso o incluso la ruta. Se dice que el Pasaje de Drake es el precio que se debe pagar para llegar al paraíso.
Ya en su destino, los turistas se enfrentan a la inmensidad de lo desconocido, adentrándose en los puntos más interesantes de la península antártica, tanto durante las travesías como en los desembarcos que, para preservar el entorno, solo pueden realizar quienes viajan en buques de no más de 500 plazas.
Muchas de las paradas son en pequeñas islas, hogar de gran diversidad de aves, con los pingüinos como estrellas. Uno de los destinos más conocidos es la Isla Decepción, que no decepciona, con aguas termales en las que incluso uno puede bañarse. Pero también hay visitas a bases científicas.
Reconocible por su forma de anillo roto, el cráter volcánico desmoronado de la isla es, a pesar de las erupciones esporádicas, uno de los puertos naturales más seguros del mundo. Con sus laderas con nieve cubierta de ceniza y su colonia de pingüinos oculta en el Baily Head, la isla ofrece la rara oportunidad de navegar por el interior de un volcán. Es también un lugar emblemático por la arqueología industrial, gracias a su estación ballenera abandonada, y para una inmersión en sus cálidas corrientes geotérmicas.
Otros pasos
Muchos de los viajeros que llegan hasta acá, se animan a navegar la península con remos, que cortan la cristalina superficie de estas aguas a bajo cero, entre altísimos icebergs y formaciones de hielo de brillantes tonalidades. Es por eso que muchos cruceros ofrecen salidas en kayak, y es difícil no tentarse.
Cada año, también, decenas de miles de viajeros visitan la restaurada casa de Bransfield, el edificio principal de la Base A, construido por los británicos en el puerto Lockroy durante la II Guerra Mundial. Hay una tienda de recuerdos y se puede enviar una postal desde la concurrida oficina de correos. Lo expuesto en el museo evoca los tiempos en que unos exploradores habitaron la base.
Dependiendo el itinerario, algunas excursiones llevan al viajero a la estación de Investigación Vernadsky, una base científica dirigida por Ucrania y que tiene mucha historia.
En tanto, la base más grande de la Antártida, la estadounidense conocida como Mac Town, es para muchos el punto desde el que avanzar hacia el interior. De vez en cuando, enormes cargueros C-5 aterrizan en la pista de hielo marino, aunque, normalmente, la base suele ser un enjambre de avionetas y motos de nieve, mientras los científicos van y vienen de los campamentos base y el complejo de edificios principales.
Fauna sí, flora poca
Son pocas las especies de plantas que logran sobrevivir en estas latitudes. Distinto es el caso de la fauna: el mar, rico en fitoplancton, y la costa son ambientes en donde abunda la fauna marina. Preservada por el Tratado Antártico, este territorio acoge algunas de las especies más extraordinarias del mundo, como la foca de Weddell y el pingüino emperador, así como millones de aves marinas, con especies como el albatros y el petrel, que aprovechan estas aguas para alimentarse y conforman escenarios asombrosos.
Una de las mayores recompensas de navegar por el océano Antártico es la posibilidad de ver ballenas durante su migración en estas aguas ricas en kril. También está la observación de pingüinos. Desde el pequeño adelaida, con esmoquin, y el de penacho (macaroni), hasta el más grande del mundo, el elegante emperador, estas criaturas están aquí en su hábitat: el mar, el hielo y la costa.
Otro de los atractivos antárticos es la historia, es decir, recordar los nombres de los exploradores que se adentraron en épocas pasadas en este territorio helado -desde Cook hasta Amundsen o Scott-, e imaginar lo que suponía navegar a través de bloques de hielo con un barco de madera o avanzar en trineo por la meseta polar. Congeladas bajo la escarcha aún se conservan cabañas de aquella época, para recrear la leyenda de aquellas aventuras.
La Antártida, además de ser un territorio que despierta el interés por lo desconocido en muchas personas, representa un lugar clave para la investigación científica y debido a su gran cantidad de hielo, se constituye como el mayor reservorio de agua dulce del planeta.
Entre las personalidades destacadas que supieron reconocer la importancia de la Antártida y marcaron su historia se encuentran Adrien de Gerlache de Gomery, Hernan Pujato, José María Sobral, Julian Irizar Echeverría, Mario Luis Olezza, Gustavo Giro Tapper y Hugo Acuña, entre otros.
Con mucha historia
Desde el comienzo del siglo. XIX diversas expediciones y actividades foqueras que tuvieron a Buenos Aires como punto de partida, pueden considerarse los inicios del interés argentino por la Antártida.
La presencia permanente de nuestro país en el continente blanco se concreta a principios del siglo XX, con el observatorio meteorológico y magnético de la Isla Laurie, perteneciente al grupo de las Orcadas del Sur. Este acontecimiento da inicio desde el 22 de febrero de 1904, (fecha en que se conmemora el Día de la Antártida Argentina), a una larga e ininterrumpida labor en la región.
Además esta base, hasta el día de hoy activa, es reconocida como el primer establecimiento con carácter permanente, único al Sur de los 60º de latitud Sur durante 40 años. Este dato es por sí mismo significativo, aunque sólo constituye un eslabón en la cadena de hechos y actividades que dan muestra del quehacer nacional desplegado desde entonces en la Antártida.
Argentina es un país que ha determinado su soberanía sobre un sector de la Antártida, status que hizo conocer intencionalmente antes de la firma del Tratado Antártico; es un Estado Parte del Sistema del Tratado Antártico con carácter de Parte Consultiva y pertenece además al grupo de los doce signatarios originarios del Tratado. Posee presencia efectiva y realiza actividades científicas con carácter permanente en las estaciones establecidas, como así también en las expediciones que envía regularmente a la región.
Los programas de investigación científica, incluida la protección del medio ambiente, no sólo revelan la decidida voluntad de incrementar y perfeccionar los conocimientos relativos a las ciencias de la naturaleza, sino también aquellos vinculados a los recursos naturales de la Antártida Argentina.
Tres datos para tener en cuenta
1.- No hay alojamientos en la Antártida más que las bases para los científicos, militares o voluntarios que pasan allí una temporada. Todos los visitantes se alojan y comen en el barco que los transporta.
2.- Las bajadas a tierra o las navegaciones por la costa o entre témpanos se realizan en botes inflables motorizados (zodiacs), ideales para la navegación en hielo y el desembarco de pasajeros en las playas.
3.- El máximo de personas que pueden desembarcar al mismo tiempo es de 100. Esto permite que no sólo se minimice la huella dejada por los turistas, sino que se pueda apreciar toda su belleza en grupos pequeños. Los barcos con más de 500 personas no pueden realizar desembarcos.
TU GUÍA
Cuándo ir
La temporada de los circuitos antárticos dura unos cinco meses (de noviembre a marzo), cada uno con sus momentos álgidos. A finales de temporada suele haber menos gente en los cruceros y menos fauna en tierra firme.
Cuándo reservar
Se aconseja reservar entre enero y mayo, aunque en cualquier caso con antelación suficiente a la época en la que se tenga planeado viajar. Los circuitos se copan enseguida; cuanto antes se reserve más posibilidades hay de elegir los mejores alojamientos y de encontrar descuentos. Los viajes, dependiendo los días y características, arrancan en los US$ 8.000 por persona.