La Boca es, sin lugar a dudas, uno de los destinos turísticos más visitados de Buenos Aires y Caminito, su calle emblemática en inmortalizada en 1926 por el tango del mismo nombre, compuesto por Juan de Dios Filiberto, es una de las postales más famosas de la Ciudad de Buenos Aires y del mundo. De hecho, esta callecita, con sus casitas altas de madera y chapa, esculturas y ecos de tango, está entre los lugares más fotografiados del planeta.
Desde su fundación, el 23 de agosto de 1870, hasta ahora, La Boca, y especialmente Caminito, pasó de ser una zona portuaria habitada por inmigrantes europeos a convertirse en uno de los principales íconos del turismo. Hoy, la mayoría de sus residentes vive exclusivamente en actividades relacionadas al sector.
Durante mucho tiempo, ese tramo que se llamó “La Curva” antes que Caminito, formó parte del recorrido del ferrocarril a Ensenada (a una hora de Buenos Aires) hasta que en 1928 el ramal fue clausurado y la vía, que fueron quitadas en 1954, se convirtió en un callejón abandonado.
Fue gracias a la iniciativa de varios vecinos, entre los que se encontraba el pintor Benito Quinquela Martín (uno de los principales benefactores del barrio y cuya obra se conmemora a través del colorido de las casas de La Boca), que en los años 1950 se recuperó el terreno para convertirlo en un paseo peatonal y en una calle museo, en la que de a poco se fueron sumando obras de distintos artistas. Y en 1959, se lo bautizó con el nombre del célebre tango.
“Toda La Boca es un invento mío”, dijo alguna vez Quinquela, el chico abandonado y adoptado por el carbonero Manuel Chinchela y su mujer Justina Molina, que se convirtió en famoso pintor de barcos de colores saturados, cielos de fuego y oscuros hombrecitos encorvados por el peso que cargan en la espalda.
El artista donó terrenos para crear una escuela-museo; el Museo de Bellas Artes de La Boca; el Teatro de la Ribera (1972); la Escuela de Artes Gráficas; el Hospital Odontológico Infantil; el Lactario Municipal (que en la actualidad es un centro de atención de la primera infancia) y el Jardín de Infantes, entre otros hitos. En los años 20, Quinquela formó parte de la bohemia porteña, la cual solía tener como lugar de reuniones el Café Tortoni, donde se juntaban Gabriela Mistral, Federico García Lorca, Alfonsina Storni o Carlos Gardel.
Hoy Caminito, esa calle peatonal que intenta trasladar al turista a mediados del siglo XX., es un lugar que se quedó en la historia. Es una postal de lo que alguna vez fue un barrio obrero donde su gente hacía las casas de chapa y madera y adornaba todo con colores vivos. La ropa colgaba de cordeles y los niños correteaban por las calles. Los carteles y letreros se fileteaban con caligrafía rebuscada y muchos arabescos, y de las ventanas se oían tangos melancólicos.
Qué ver
Cuatro cuadras hacia adentro, La Boca se tiñe de azul y amarillo y aparece La Bombonera, el club de Boca Juniors. Fue fundado en 1905 por inmigrantes genoveses que hablaban el dialecto Xeneize, de ahí el apodo que llevan los hinchas de Boca. La combinación de colores surgió al azar, luego de mirar la bandera de un buque sueco que llegó al puerto. Desde 2001 se puede visitar el Museo de la Pasión Boquense, el primero temático de fútbol de la Argentina. Un consejo: para que el recorrido por el barrio sea tranquilo, hay que chequear que no haya partido en la cancha de Boca.
Entre las paradas obligadas en el barrio hay que darse una vuelta por el Museo de Bellas Artes. La fachada del edificio, frente al Riachuelo es igual de acogedora que el resto del lugar. Allí se exhibe la mayor colección de óleos y aguafuertes de Quinquela, realizados entre 1922 y 1967; también obras de las corrientes figurativas del arte argentino desde fines del siglo XIX y de otros artistas boquenses. Y hay una colección permanente de mascarones de proa, única en Latinoamérica, que luce piezas de fines del siglo XIX. En el tercer piso se pueden recorrer las habitaciones de la casa de Quinquela ambientadas con el mobiliario original.
A pocos metros del Museo, por Avenida Pedro de Mendoza, se encuentra el Centro Cultural PROA, un espacio de arte contemporáneo que funciona desde 1996 en un edificio totalmente restaurado de finales del siglo XIX, en el cual se han instalado salas de exposición, una librería especializada y una encantadora cafetería con terraza, que permite obtener vistas privilegiadas de la zona. Desde la terraza se en miniatura las casitas de colores junto al río.
Siguiendo por la avenida, se puede caminar bordeando la rivera del río Matanza-Riachuelo, por aproximadamente 400 metros hasta llegar al Puente Transbordador Pedro Avellaneda, uno de los pocos de este estilo del mundo que han sobrevivido el paso del tiempo.
Y un poco más lejos, pero dentro del barrio, también se destaca la Usina del Arte, un complejo artístico que ocupa una antigua usina eléctrica hoy restaurada, albergando variados espacios para exposiciones plásticas y conciertos.