Cuenca es una ciudad que hay que visitar alguna vez en la vida, no sólo monumentalidad con el Puente de San Pablo y su catedral, sino por su encanto especial debido a su privilegiada situación entre las hoces del Júcar y del Huécar, su aire medieval, su animado ambiente y por su rica gastronomía.
Merece la pena subir las cuestas y callejuelas que se adentran en esta ciudad para dejarse sorprender por sus miradores. Entre las paradas imprescindibles está la Plaza Mayor, donde verás los arcos del Ayuntamiento y la bonita Catedral que se comenzó a construir a finales del siglo XII.
Por detrás del templo, una calle lleva a las Casas Colgadas, el gran símbolo de Cuenca. Se conservan tres visitables: la Casa de la Sirena (que alberga un mesón) y las Casas del Rey, donde puedes conocer el Museo de Arte Abstracto Español, con obras de artistas tan famosos como Tápies, Chillida o Saura.
Para obtener unas fotos espectaculares de las Casas, hay que perder el vértigo y cruzar la pasarela de hierro del puente de San Pablo. Justo al otro extremo está el Convento de San Pablo, hoy convertido en Parador y por tanto en uno de los mejores sitios para pasar la noche en la ciudad, que iluminada gana todavía más en encanto.
Cuenca, además, tiene una gastronomía riquísima. A la hora de comer, la ciudad no defrauda y ofrece en sus mesones castellanos lo mejor de su contundente gastronomía: morteruelo (una especie de paté caliente), ajoarriero (guiso de bacalao), el licor típico resolí, alajú como postre.
En la Plaza Mayor y alrededores encontrarás multitud de bares, aunque también hay otras zonas recomendables para hallar un buen restaurante como el barrio de Castillo en la parte alta, con mucho ambiente gracias a sus terrazas y miradores a la hoz.