Sin duda, Bélgica es el destino cervecero por excelencia. Sus más de 220 fábricas entre las que se producen unos 1.600 tipos de cerveza originales, dan fe de eso. Pilsen, roja flamenca, gueuze, blanca, trapense o lambic, el país europeo destaca en todos los tipos.
No hay duda que, en este país, la cerveza es algo más que un refresco, y así lo reconoció la Unesco que ha declarado la cultura cervecera belga como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
La historia de la cerveza belga tiene su origen en la Edad Media, cuando los monasterios empezaron a elaborarla como substituto de un vino difícil de conseguir y de un agua poco salubre. Durante los siguientes siglos, los métodos de elaboración de la cerveza evolucionaron hasta los actuales métodos artesanales considerados como un auténtico arte.
La cerveza se hace tradicionalmente con agua, cebada, lúpulo y levadura. Se suelen añadir otros cereales como trigo, avena y maíz para estabilizar la elaboración. Cada cervecería tiene su propia levadura que, junto a los diferentes tipos de maltas (cebada germinada y tostada), y lúpulo, crean un tipo de cerveza única y exclusiva. También suelen añadir un toque especial para diferenciarlas, ya sean hierbas aromáticas, o frutas o verduras. Posteriormente, se fermenta en barriles de madera o en botella.
En Bruselas, donde algunas cervezas típicas son la Gueuze o la Kriek, tanto la Brasserie Cantillon como el Museo de la Cerveza ofrecen una interesante panorámica y visitas en castellano. Una buena excusa para degustar buenas pintas en la capital son La Mort Subite o Le Roy d’Espagne, en la Grand Place.
En tanto, al pasar por Brujas uno se detiene en su casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad. Su estructura medieval y la red de canales son especialmente hermosas. Hay que visitar la plaza Mayor y las calles de alrededor, y hacer una parada en la fábrica De Halve Maan donde se realizan visitas guiadas para conocer cómo se elabora su cerveza.