A pesar de su mala fama, Bucarest, la capital de Rumania, es una ciudad dinámica y divertida donde los vestigios del comunismo conviven con el capitalismo más desenfrenado. En sus calles se mezclan construcciones que van desde palacios burgueses que recuerdan su periodo de máximo esplendor a pesar de su actual aspecto decadente, hasta las mega construcciones de los bloques comunistas cuyas paredes hablan de un capítulo oscuro de su pasado.
A pesar de las bombas y dos terremotos (1940 y 1977), de los destrozos del dictador Nicolae Ceaușescu que estuvo en el poder entre 1967 hasta su ejecución en 1989, la ciudad retiene aún en sus calles de anchos bulevares arbolados algo de lo que tuvo.
Bucarest es una ciudad llena de edificios de la Belle Epoque, lo que a principios del siglo XX la hizo conocida como la “París del Este” por esta arquitectura y el ambiente cultural cosmopolita. La zona histórica no sufrió importantes destrucciones durante la Segunda Guerra Mundial, pero durante la dictadura de Ceausescu, muchos edificios se derrumbaron o se abandonaron. Pese a eso, se levanta y reinventa para recibir a los turistas que cada vez eligen más pasar unos días allí.
La plaza de la Revolución es un punto de partida en todo itinerario, no por su belleza sino por la carga histórica. En el centro de la plaza se alza un obelisco de 25 metros de altura conocido por los locales como “la patata”, que se erigió para recordar a las víctimas que perdieron la vida durante la revolución de 1989, cuando Ceausescu tuvo que huir de la sede del partido en helicóptero.
Frente al monumento a los mártires, extiende sus alas el antiguo Palacio Real, convertido en Museo Nacional de Arte. Sorprende la fabulosa colección de maestros flamencos, italianos, españoles, franceses. Aunque también hay íconos y frescos medievales hasta piezas vanguardistas de Brancusi.
Al otro lado de la plaza se encuentra el antiguo Palacio Real, el impresionante Ateneo Rumano, joya modernista consagrada a conciertos con las efigies de dos gigantes de la cultura rumana (el poeta Eminescu y el músico Enescu), y el histórico Hotel Athenee Palace. En el extremo sur de la plaza, se puede visitar la pequeña Iglesia Kretzulescu, llamada así por el comerciante que la hizo construir en 1720, y que conserva frescos originales.
Desde el parque Cismigiu, el más antiguo de Bucarest, ya se puede ver la cresta del segundo edificio más grande del planeta, después del Pentágono de Washington. Se trata de la Casa del Pueblo, un símbolo de la megalomanía y de los delirios de grandeza de Ceaucescu. Inacabada a su muerte, se optó por terminarla (era más caro demolerla) y convertirla en Parlamento y sede de otros organismos, como el Museo de Arte Contemporáneo.
Cuenta la historia reciente, que fueron necesarios 700 arquitectos y 20.000 trabajadores para construirlo. El palacio tiene doce pisos, 1100 habitaciones, un vestíbulo de 328 metros de largo y cuatro plantas subterráneas, además de un enorme búnker nuclear. Además, el dictador ordenó demoler las diferentes zonas históricas de la ciudad que se pusieron en su camino, algo que incluyó templos, fábricas, además de las viviendas de más de 40.000 personas que fueron obligadas a mudarse.
Aires del pasado
El antiguo centro histórico se encuentra en el barrio de Lipscani y es una de las zonas con más encanto. A principios del siglo XV, muchos comerciantes y artesanos se establecieron entre ellas callejuelas empedradas, donde hoy se puede admirar los edificios de diferentes estilos arquitectónicos: desde el Barroco hasta el Neoclásio o el Art Nouveau.
La Avenida de la Victoria, escenario de diversas novelas, es la arteria más importante de Bucarest y también la más antigua. Recorre la capital desde su corazón, en el centro histórico, hasta la Plaza de la Victoria. Hoy numerosas tiendas de lujo y de moda han abierto sus puertas en ella. Iglesias, modernos hoteles y edificios en rehabilitación mezclan estilos y formas de manera curiosa.
El pulmón verde de la capital rumana es el Parque Herastrau, que se construyó entre 1930 y 1935. Se encuentra en la parte norte de la ciudad y más de la mitad de su superficie está ocupada por un gran lago que tiene varias funciones. En verano se llena de embarcaciones de remo o motor y en invierno, cuando se congela, sirve de inmensa pista de patinaje para los jóvenes rumanos que vienen a divertirse.
TU GUÍA
Cuánto cuesta
Por lo general los precios no son tan caros. Hay hoteles por 50 dólares la habitación doble, comer se puede por unos 15 y los ingresos a museos o diversas atracciones rondan los 10 dólares.
Cuándo ir
Los meses más calurosos son julio y agosto, con temperaturas promedios de 30 grados. Los inviernos son bastante duros con grados bajo cero. La mejor época es primavera y otoño.