Para que Campeche despierte tiene que ponerse el sol. Sus habitantes salen de sus casas cuando el sofocante calor remite y una suave brisa procedente del Caribe vaga por las callejuelas. Frente a la Puerta de Tierra unos hombres jóvenes hacen carreras, un grupo de gimnastas se dobla y estira sobre el asfalto y tamborileros y trompetistas ensayan de manera desafinada y ruidosa.
Unos pasos más allá, en la plaza central, unos guitarristas tocan frente a la catedral iluminada y sus arcadas. Parejas jóvenes se hacen arrumacos, hay niños jugando al balón y señores acicalados con esmero escuchan atentamente sentados en sillas plegables. Lo sorprendente es que apenas se ven turistas. Y eso aquí, en el casco histórico de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad, en esta fantasía de Gabriel García-Márquez, en este conjunto de casas coloniales en colores pastel, murallas y fortalezas, que es excepcional incluso para México. En los recientes terremotos ha salido bien parado ya que apenas hubo daños.
“Muchos turistas internacionales solo vienen aquí de paso”, dice Wilberth Alejandro Salas Pech. Hasta ahora Campeche es mucho menos conocido que Mérida, situada a tres horas en coche al norte. Pero esto va a cambiar pronto. “Creemos que Campeche es una de las diez ciudades más bonitas de México”, agrega Pech, quien es un patriota local por un buen motivo. El joven, de 32 años, lleva el nombre de una antigua dinastía maya. Antes de que los españoles conquistaran Campeche la ciudad se llamaba Ah Kin Pech.
“Los conquistadores destrozaron las casas de los mayas y construyeron su ciudad sobre las ruinas”, explica Pech en la plaza, a la sombra de los árboles que rodean el pabellón. Unas piedras oscuras en la calle muestran la planta de la primera capilla que mandó construir Francisco de Montejo en 1540. “El Mozo” fundó San Francisco de Campeche con 30 soldados y sus familias.
Desde la única ciudad portuaria de Yucatán, y con la ayuda de su padre, sometió las ciudades mayas de la península. Pero los españoles impusieron Mérida, en el interior del país, como capital de Yucatán debido a los muchos ataques de piratas en Campeche. Los españoles cargaban aquí plata y jade de los mayas en sus galeones. Y también una especialidad local: la madera del palo de tinte, también conocido como palo de Campeche. “De este árbol se sacaba un valioso colorante llamado oro negro”, explica Pech.
Desprotección
Campeche se enriqueció y durante mucho tiempo quedó desprotegida. El 6 de julio de 1685 el pirata Laurens de Graaf atacó la ciudad con 1.500 hombres. “Los piratas robaron todo, “incluso el hierro de las ventanas”, dice Pech. Quemaron las casas. Los que no lograron huir a la selva fueron asesinados o secuestrados.
Tras este castigo divino los españoles tuvieron suficiente y construyeron una enorme muralla alrededor de la ciudad de dos metros y medio de grosor, ocho metros de altura y dos kilómetros y medio de largo. Ocho bastiones, los baluartes, reforzaron el hexágono y sobre las colinas dos fortalezas velaban por la seguridad.
Al pasear por las calles todavía se encuentran impactantes restos de este sistema defensivo. Aunque a finales del siglo XIX los campechanos derribaron la mayor parte del mismo para poner un tranvía, se conservó un 40 por ciento de la muralla y todos los bastiones, torres y fortalezas.
En la Puerta de Tierra todavía hoy sigue amenazando un enorme cañón de bronce y en el Baluarte de San Francisco se puede visitar el pequeño museo de los piratas. El camino hacia el Fuerte de San Miguel ya vale la pena en sí mismo por las vistas desde la barandilla – por no hablar de los cuchillos de obsidiana, las máscaras de jade y el esqueleto de un rey maya decorado con collares de perlas que se exhiben en el Museo Arqueológico.
La mayor sorpresa, sin embargo, se esconde en el Baluarte de Santiago: el jardín botánico de Campeche, un fresco refugio en medio del calor y el ruido de los coches. Alrededor de un estanque con peces dorados crecen palmeras datileras importadas y pitahayas, junto a árboles locales como el chacá, el árbol del chicle, y por supuesto, el palo de tinte.
El hecho de que el casco histórico de Campeche se haya mantenido intacto se debe a otro golpe del destino. Tras la revolución mexicana de 1910 el puerto cerró y comenzó la llamada Guerra de Castas de los rebeldes mayas en Yucatán. Campeche dejó de tener importancia y empobreció, una suerte para los turistas actuales. Como no había dinero para nuevas construcciones se conservaron más de 1.000 edificios históricos.
Los muros de estas casonas están pintados en todos los colores pastel. Los frisos, pórticos, marcos de las puertas y las columnas decorativas se han dejado en blanco. Algunas puertas de madera están talladas y las rejas de hierro forjado decoran las grandes ventanas, los pilares y los arcos de los patios interiores.
En el Centro Cultural Casa 6 se puede observar lo bien que vivía la élite colonial. Este edificio neoclásico, que ocupa la mejor ubicación en la plaza, perteneció seguramente a un comerciante que mandó traer sillones tallados de Austria. El precio lo pagaban los mayas. Según el sistema de encomienda estos tenían que plantar algodón y sisal para sus señores españoles, tejer mantas y trenzar cuerdas, además de suministrarles frutas, pescado y carne. Cuando ya no había suficientes mayas los españoles compraron esclavos africanos. “Muy pronto todos los grupos se mezclaron”, dice Pech. “Yo mismo tengo antepasados africanos.”
En el pozo del patio interior del Centro Cultural está grabado el número 1999: es el año en el que Campeche fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En las paredes hay fotografías del aspecto que tenían antes este edificio y el casco histórico. Los muros se desmoronaban y tenían que apuntalarse con vigas. Muchas casas antiguas se derrumbaron. Pero el estatus de Patrimonio de la Humanidad lo cambió todo.
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