El recorrido de la ruta provincial 307, que une San Miguel de Tucumán con la ciudad de Tafí del Valle, es una aventura que realizan al año más de 123 mil turistas que se maravillan ante el paisaje exuberante de la Selva de Yungas, con sus cascadas y las diferentes tonalidades de verde, en un trayecto de apenas un poco más de 110 kilómetros en que hay que sortear 1.294 curvas y contracurvas.
La ruta nace en los campos de Acheral -un suburbio de San Miguel de Tucumán-, como dice la zamba Luna Tucumana de Atahuelpa Yupanqui, y pese a que a veces en el recorrido uno se encuentra con un manto de niebla, suele sorprender y maravillar en cada viaje. A los turistas que recorren esta vía hacia Tafí del Valle, hay que sumarles los vecinos de la zona y los que van a otros destinos hacia el norte de Tucumán y otras provincias.
La ruta corre serpenteando al río Los Sosa, con el que parece que juega una carrera en medio de la sierra cubierta de vegetación en todos los niveles – helechos, pastos, líquenes, árboles, parásitas y epífitas- que impiden ver su profundidad a poco de alejarse del camino por lo tupida que es esa vegetación.
No se trata de cruzar las montañas más alta de la región, ni el pedemonte siquiera, sino la primera sierra que aparece en el paisaje hacia el noreste de la capital provincial luego de atravesar campos sembrados de caña de azúcar, desde mucho tiempo atrás, y ahora con las pinceladas de azul y vino tinto de los sembrados de arándanos, la nueva producción estrella de la región al mundo.
Los turistas suelen ver los verdes de los pastos cortados por los amarillos de los álamos en esta época del año, previo al frío del invierno, más las cañas y el azul que tapiza el suelo de con los arándanos, en distintos niveles, protegidos por material plástico para protegerlos de las heladas o las piedras.
Apenas la planicie desaparece, las sierras se cubren de verde y comienzan las curvas y contracurvas, entre las que se encuentra “la del Fin del Mundo”, interrumpidas por los recreos donde se puede parar y hacer asado (con precauciones), tomar mate y tomar fotografías, además de tocar el agua de las cascadas y arroyos que se forman, para ver cuán fría está y de paso probarla, ya que potable por naturaleza.
Con historia
El parador más importante es el del “Monumento al Indio”, enclavado en el medio del paisaje en 1942, al año siguiente de la apertura de la ruta, con una confitería, locales de productos regionales y una escultura de siete metros de altura de Enrique Prat Gay, el tío abuelo del dos veces presidente del banco Central y ex ministro de Hacienda de la Nación, Alfonso Prat Gay.
Todavía queda la otra mitad del recorrido donde de manera habitual arrecia el alpapuyo, y aún se ven los restos de los desprendimientos que suelen ocurrir desde la ladera de los cerros, entre cuyas piedras se abren paso una y otra vez las matas de la vegetación.
Después ocurre un fenómeno de singulares características: la Selva de Yungas se disipa de golpe y aparece un paisaje árido, más propio del noroeste argentino, y el suelo pasa a ser marrón mientras que los árboles le dejan sus lugares a los cardones, entre los que sobresale el Cardón Abuelo, de Amaicha del Valle, que se determinó que tiene más de 400 años.
Al llegar al dique La Angostura, sobre el poblado de los Menhires y El Mollar, los registros de precipitaciones por año caen de 2.000 milímetros por metro cuadrado a 250, por lo que de la Yunga se pasa al más crudo desierto dominado por los “soldados de Belgrano”, los cactus que el héroe cubrió con ponchos en la Quebrada de Humahuaca para confundir a los realistas.