El 8 de agosto de 1776 el Rey Carlos III fechaba en San Ildefonso la Real Cédula de creación del virreinato del Río de la Plata, el último de los organizados en América por los Borbones. Cuatro años antes había creado la Intendencia de Buenos Aires, y tiempo después gracias a la apertura del puerto la actividad económica de la provincia crecía notablemente. En gran parte gracias a las estancias que se fueron formando y el surgimiento de los saladeros, establecimientos donde se salaba la carne vacuna para conservarla y poder exportarla.
Fue por esos años que nacieron pueblos como Pergamino y San Antonio de Areco a la vera de las rutas comerciales. Algunos otros, como Baradero, datan de mucho antes (1615), aunque fueron en esos años que lograron un importante desarrollo.
Otro ejemplo es San Pedro, fundado en 1748, aunque ya en 1637, un documento firmado por Pedro Esteban Dávila marca el origen del nombre de Rincón de San Pedro en el pago del río Arrecifes. En este pueblo, como en otros, la proliferación de pulperías y almacenes fueron marcando el paisaje. Si bien para cierta parte de la historia evocan a los sitios donde el gaucho peleador iba a embriagarse o jugar a los naipes, lo cierto es que eran lugares de encuentro en medio de la inmensidad y soledad de la pampa.
Por el año 1810 existían en la provincia de Buenos Aires, que por entonces incluía a la capital, unas 500 pulperías; y casi la mitad eran atendidas por gallegos. La mayoría surgió como postas en las que a las carretas y diligencias que unían el puerto con el interior se les ofrecía comida y descanso para los caballos, un trago y algún plato básico de comida. Otros locales fueron verdaderos almacenes de ramos generales con una importante provisión de alimentos, indumentaria e insumos para el campo.
Mostrador con historia
En los límites de San Pedro con Arrecifes se encuentra Beladrich, a unos 40 kilómetros de la ciudad sampedrina. No llega a ser un pueblo, sino un paraje que cuenta con un par de casas, dispersas unas de otras. Se sale por la ruta 191 en dirección a Arrecifes hasta el Arroyo Burgos y ahí se dobla a la izquierda por un camino de tierra. Tras 6 kilómetros se llega al paraje, rodeado de soledad, árboles y animales que suelen ser los testigos del arribo de viajeros.
En un cruce de caminos Andrés Beladrich levantó la construcción del almacén de ramos generales. En un principio fue de adobe y chapa hasta que luego se reconstruyó en material. A través de los tiempos fue un lugar muy concurrido, con mucha vida social. A su lado se encuentra el Club Universal, alguna cancha de bochas y más alejada la Escuela Número 28.
La historia de algunos baqueanos cuenta que en su salón Florencio Molina Campos pintó obras mientras Segundo Ramírez, el hombre de carne y hueso que inspiró a Ricardo Güiraldes para crear al legendario Don Segundo Sombra, apoyaba su codo en el mostrador para tomar aguardiente, la bebida de mayor consumo en las pulperías.
Otros aseguran que un siglo antes, el general José de San Martín se detuvo aquí en un alto de su epopeya libertadora. También en la zona acampó el General Lavalle en agosto de 1840 con su ejército, con la premisa de derrocar a Juan Manuel de Rosas.
Hoy al almacén es atendido por Matías Fegan, que supo ser empleado y hace unos años tomó el desafío de hacerse cargo del lugar. Entre sus paredes llenas de historias y leyendas, se ofrece una amplia variedad de bebidas y comidas, con la especialidad de las carnes asadas. Es importante llamar y hacer las reservas correspondientes, para no ir hasta el lugar y llevarse una sorpresa al encontrarlo cerrado.
En muchos pueblos y caminos rurales, las pulperías resisten el paso del tiempo. Se reinventan e intentan mantener viva la llama de la historia de la provincia de Buenos Aires. Beladrich es solo una pequeña muestra de lo que puede verse en el extenso territorio bonaerense, tras abrir una tranquera para entrar al pasado.