Entre piedras y playas solitarias, Cabo Polonio respira su espíritu de pueblo de pescadores. Ubicado dentro de una reserva natural, donde todo es ecológico porque no hay electricidad, ni gas, ni agua corriente (apenas señal de celular), es un verdadero paraíso del que uno se enamora apenas pisa su arena.
Caminar por sus calles de arena, desenchufarse del caos y stress de la ciudad, y a la vez conectarse con uno mismo y con la naturaleza. Así son las horas en este lugar de caminos irregulares de arena que unen las pequeñas y bajas casas blancas y rústicas con los ranchos coloridos. En el Cabo se pueden apreciar los mejores cielos estrellados de Uruguay. Cuando atardece sólo queda la luz de la luna y algunas velas en las mesas de los bares.
Una aventura imperdible es el cruce de la colina, es decir, de Cabo Polonio, ya que se descubre un mar sin olas, igual al conocido en el Caribe como el “mar pileta”, de color azul profundo como los lagos de deshielo e igual de frío, pero la transparencia es tan profunda que cuando el agua llega al pecho uno baja la vista y ve sus pies. No hay viento, la arena es fina y clara, y el sol se pone frente a uno.
El Faro de Cabo Polonio, la única construcción alta del lugar que yace imponente custodiando el mar, puede visitarse diariamente para poder llevarse de recuerdo una panorámica de la tan mágica aldea. A los pies del faro hay una manada de lobos marinos tendidos al sol casi inmóviles que se puede ir a visitar y mirarlos jugar con sus crías.