En el pasado fueron todo un símbolo de una época, vinculada al turismo en el país. Con sus habitaciones amplias, lujosas y decoradas con “estilo”, alojaban a viajeros de clases altas y algunos extranjeros. Pero ese esplendor se fue apagando y hoy, esos hoteles que supieron ser admirados se han transformado en ruinas llenas de leyendas. Sus paredes hablan, cuentan historias. Ya no existen los huéspedes, son turistas que quedan atrapados entre sus mitos.
GRAN HOTEL VIENA
Hacia los años 30, la localidad cordobesa de Miramar, en el nordeste de la provincia, era visitada por turistas de todo el mundo, atraídos por las propiedades curativas de las aguas de la laguna Mar Chiquita para enfermedades de la piel y articulaciones. Entre ellos, llegaron Máximo Pahlke y su esposa Melitta, buscando un alivio para el asma que ella padecía y la psoriasis de uno de sus dos hijos. Luego de pasar una larga temporada en Miramar, la familia Pahlke se sintió tan cómoda que tomó la decisión de echar raíces. Y fue así como nació el Gran Hotel Viena, cuyo nombre se inspiró en la capital de Austria, lugar de origen de Melitta. Invirtió 25 millones de dólares, primero fue en sociedad con la dueña de un hospedaje y, después, en soledad.
En 1941, todavía por terminarse, ya recibía huéspedes. Llegaban en tren a Balnearia, a 12 kilómetros, donde los buscaban con una estanciera. El hotel, de 84 habitaciones y casi cien empleados, tenía centro termal, peluquería, ascensores, teléfono, correo, sucursal bancaria, electricidad generada por central propia, paredes forradas en mármol de Carrara y arañas de bronce con estalactitas de cristal. Por la noche, cuando la ciudad estaba a oscuras, el Viena brillaba en el extremo de la laguna de unos 6000 kilómetros cuadrados, cuyas aguas actualmente contienen 90 gramos de sal por litro, convirtiéndola en la más extensa de Latinoamérica: comparte con el Mar Muerto de Israel las propiedades de su barro terapéutico.
Sin embargo, esos años dorados para el país no fueron suficientes para la continuidad del hotel, que cerró sus puertas luego de la capitulación alemana y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces circulan rumores que lo asocian con la ideología nazi. Y se dice que llegó a ser el refugio de jerarcas nacional-socialistas escapados de Alemania. Y hasta algunas versiones hablan de mismísimo Adolf Hitler.
Más allá de esta versión, lo cierto es que el hotel volvió a abrir por un breve período en los años 70 y su enorme carcasa fue de nuevo abandonada, e incluso luego devorada por una inundación en 1977. Actualmente es uno de los principales destinos del turismo paranormal del país. Muchos aseguran haber sacado fotos a fantasmas mirándolos desde las ventanas. Además, una Asociación de Amigos realiza visitas guiadas, que cuando son de noche, tienen un condimento especial.
Hotel Boulevard Atlántico
Mar del Sud (o Mar del Sur) se encuentra recostada al sur de Miramar, desde hace más de cien años, cuando se procuraba fundar un pueblo para que se convierta en el “gran balneario argentino”. La crisis económica, quiebras y ocupaciones, fueron parte de la historia trunca que comenzó hacia finales del siglo XIX, cuando Mar del Plata apuntaba a ser un reducto de las clases altas. Entonces, un grupo de empresarios argentinos pensó en un nuevo balneario.
Se contrató entonces a técnicos alemanes, para que ubicaran el mejor lugar de la costa atlántica y luego de un minucioso análisis, eligieron a la actual Mar del Sud, porque establecieron que cumplían con todos los requisitos para ser la ciudad balnearia ideal. Y para impactar desde el inicio, una obra fastuosa se levantó entre médanos y pastizales: el imponente hotel Boulevard Atlántico. La mole de 4500 m2 y 76 habitaciones –curiosamente sin baño privado- estaba rodeada de playa y no mucho más. Pero con la crisis económica de 1890 el grupo inversor quebró, y las obras se paralizaron.
Según la leyenda, en 1891, un grupo de colonos judíos llegó hasta este lugar y la primera noche que estuvieron se largó un vendaval. Sin tener dónde ir, fueron a parar al obrador del hotel, pero murieran varios. Sin tener donde dejar los cadáveres, tuvieron que ser llevados al sótano del hotel. Diez días estuvieron allí, suficientes para que naciera la leyenda de fantasmas que cientos de huéspedes aseguraron verlos y escucharlos en los pasillos.
Años más tarde el hotel se remató, y finalmente abrió en 1904. Los primeros turistas fueron principalmente empleados jerárquicos del ferrocarril y familias con campos en la zona. El hotel contaba con dos canchas de tenis, una de bochas y otra de fútbol. Sus camas eran blancas, de hierro y tenía patios circundados de galerías de baranda enrejada y adornados con señoriales palmeras.
En medio de relatos sobre el desembarco de submarinos nazis en estas costas, en 1993 la mole neoclásica cerró sus puertas por problemas edilicios y de mantenimiento. Un incendio en la cocina fue determinante. Allí, fue usurpado por un grupo de mafiosos, que desmantelaron el hotel y fueron vendiendo sus partes.
En tanto se resolvía la titularidad dominial, todo quedó en manos de Eduardo Gamba, quien fue pareja de la heredera del inmueble. El solitario habitante mantuvo vivo el lugar con visitas guiadas, reseñas históricas y relatos fantásticos. Hace un par de años se lo reconoció dueño. Y enseguida vendió. Allí llegaron una y otra promesa para reabrirlo, pero todo quedó en la nada. Hoy, como un enorme transatlántico naufragado, el gran hotel de la costa atlántica hotel es poco más que una carcasa vacía en riesgo de derrumbe que muchos aprovechan para sacar fotos.
EDEN HOTEL
Fantasmas que se mueven sigilosamente entre sus habitaciones. Sombras que andan por los pasillos. Puertas que se abren y escaleras de madera que crepitan. Risas que congelan la sangre. Todo eso sucede, según cuentan, en el Eden Hotel (originalmente así, sin tilde), que inauguró a fines de 1899, con detalles de confort únicos para la época, y cerró sus puertas hacia 1965.
Ubicado cerca de la localidad cordobesa de La Falda, por sus habitaciones pasaron Albert Einstein, Rubén Darío, el Príncipe de Gales, el Duque de Saboya y el presidente Julio Argentino Roca. Incluso existe la leyenda de que allí se refugió Adolf Hitler tras el final de la Segunda Guerra Mundial, luego de haber simulado su suicidio en aquel búnker de Berlín asediado por el Ejército soviético.
La historia comienza en un frío invierno de 1897 en el que un ex oficial del ejército alemán llamado Roberto Bahlcke decidió comprar 1.250 hectáreas de tierras en esta zona cordobesa. Con la idea de levantar un hotel, el alemán obtuvo un crédito millonario de Ernesto Tornquist -el mismo grupo que participó en la construcción del Club Hotel de Sierra de la Ventana- y apenas un año después abrió las puertas del Edén, inaugurado con la intención de ser un exclusivo lugar de descanso para familias adineradas de Argentina y Europa.
En la primera década del siglo XX fue adquirido por empresarios alemanes, y vivió su esplendor de 1912 a 1945, cuando recibió a representantes de la nobleza europea y familias de la alta sociedad. Un detalle: tenía 100 habitaciones para hasta 250 pasajeros y 125 empleados. Contaba con usina, criaderos de animales, huertas, banco, oficina de correos, taller mecánico y herrería, entre otros lujos. Sumaba un campo de golf de 18 hoyos, canchas de tenis iluminadas, pileta y hasta cancha de criquet. Y en el pequeño teatro de su patio interno actuó, entre otros, el cantante de tangos Hugo del Carril.
La derrota del nazismo terminó abruptamente con la época de gloria del Edén. Luego de la tardía declaración de guerra del gobierno argentino al régimen alemán, las autoridades nacionales se hicieron cargo del hotel y lo despojaron de la mayoría de los símbolos nazis que lo caracterizaban, entre ellos un águila que adornaba el frontis de la fachada principal.
En 1982 una empresa intentó reflotarlo, pero apenas funcionó un año. Convertido en una ruina colosal, el hotel estuvo abandonado hasta que en 1998 el Municipio de La Falda lo adquirió con la intención de reacondicionarlo y ya en 2006 lo concesionó a una empresa que completó la resurrección. Actualmente se hacen visitan nocturnas basadas en testimonios que aseguran haber visto o percibido la presencia de espíritus y fantasmas.
Gran Hotel Villavicencio
Llegar hasta el Gran Hotel termal de Villavicencio ya es una aventura en sí mismo. Si uno se anima y no tiene vértigo, deberá recorrer los famosos caracoles de Villavicencio, un sinfín de curvas por camino de cornisa de 17 km. Lo llaman el “camino del año” basado en sus 365 curvas. Aunque esto forma parte de un mito, ya que son unas cien menos, que de todas formas no le quita méritos a este impresionante camino de zigzag por la montaña.
Hacia 1923, el ganadero Ángel Velaz adquirió estas tierras para iniciar el emprendimiento de termas, y construyó una planta de fraccionamiento y embotellado de agua. Oportunista, construyó un gran hotel de lujo, destino a las clases altas, que lo inauguró en 1940 y funcionó hasta 1978.
Comparado con otros hoteles de su época, era pequeño, de 30 habitaciones con baño privado y agua termal en cada una, y más bien rústico. Destacaban sus ambientes comunes, también había sala de juegos infantiles, cancha de tenis y bochas y, desde los 60, una piscina. Parte del lujo de sus épocas de esplendor aún puede verse, como esas arañas de madera que supieron iluminar grandes bailes y conciertos.
Hoy se puede visitar la capilla, próxima al hotel, con techo de cañas y un fresco de principios de siglo, así como los jardines, en desnivel y rodeados de las antiguas piletas de aguas termales, uno de los destinos preferidos de los mendocinos durante los fines de semana. Recientemente fue restaurado, algo que contó con la validación previa de la Comisión de Arquitectura de Patrimonio Histórico de la Nación, por haber sido declarado Patrimonio Histórico en el 2013.