sábado, 5 octubre, 2024
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Un palacio mexicano que marca un tiempo

Quizá uno de los más bellos ejemplos de la herencia arquitectónica que dejó el controvertido periodo de Porfirio Díaz, el Palacio de Bellas Artes representa hoy el ícono cultural más representativo de Ciudad de México.

De hecho su propio nombre de Bellas Artes sirve para explicar que es núcleo difusor de cualquier expresión artística y cultural venga de donde venga su procedencia. Este despliegue en favor de las artes tuvo en 1987 el reconocimiento de Unesco, que lo declaró monumento artístico.

Bellas Artes es sede de la Orquesta Sinfónica Nacional, la Compañía Nacional de Teatro, la Compañía Nacional de Ópera y la Compañía Nacional de Danza, que abren sus respectivas temporadas en el escenario más impresionante de la ciudad. Convertido en un espacio multicultural, además del teatro lírico alberga los museos de Arquitectura y el de Bellas Artes con exposiciones temporales que atraen tanto a locales como extranjeros.

A principios del siglo XIX como parte de festejos del Centenario de la Independencia de México, Díaz presentó la idea de un nuevo Teatro Nacional al arquitecto italiano, Adamo Boari cuya carrera estaba reconocida por obras en Brasil, Argentina y Estados Unidos. Los trabajos empezaron en 1904 pero seis años más tarde con el estallido de la Revolución y el agravamiento de la situación económica, Boari regresó a Europa en 1916, cuando sólo se había concluido el exterior, excepto el recubrimiento de la cúpula. 

Los trabajos se retomaron en 1928 de la mano de un arquitecto local y en septiembre de 1934 fue inaugurado. Hoy recibe a miles de visitantes que no dejan de sorprenderse con su estilo y maravillarse con las muestras que allí encuentran.

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