Cielos límpidos, antiguas tradiciones y un paisaje natural increíble hacen de Molinos un destino imperdible en el Valle Calchaquí. Se encuentra frente a la confluencia de los ríos Luracatao y Amaicha, que se reúnen y forman el rojizo río Molinos.
No tiene acceso directo por la Ruta 40, sino que hay que desviarse unos kilómetros, lo que permite apreciar a lo lejos una linda postal del pueblo, en la que se recorta la silueta amarilla de la iglesia sobre el verde valle.
Todo su estilo y su entorno generan una mística muy especial, al recorrer sus calles con antiguas casonas rodeadas de montañas increíbles en donde se siente mucha paz. Es de esos lugares que parecen detenidos en el tiempo.
Se trata de un pueblo serrano cuyos atractivos más importantes son su antigua iglesia, que guarda los restos momificados del último gobernador realista de Salta, Nicolás Severo de Isasmendi, la Reserva de vicuñas y Asociación de Artesanos San Pedro Nolasco y el centro de interpretación Indalecio Gómez.
En este camino no falta una ruta del vino con cepas de malbec y torrontés. Los nombres de algunas bodegas que se destacan son Isasmendi, Durand y Miraluna. Pero hacia el sur, rumbo al pueblo de Molinos, sobresalen dos fincas alejadas de la ruta 40 y que merecen ser visitadas: Tacuil y Colomé.
El tramo que va entre Molinos y Cafayate se caracteriza por la espectacularidad de sus formaciones rocosas, entre las que se destacan las quebradas de las Conchas y las Flechas.
La primera es un profundo cañón de areniscas multicolores erosionadas por el viento y el agua durante millones de años que supera los 1.500 metros de profundidad por donde corre el río Las Conchas. La de las Flechas, en tanto, es una formación de rocas puntiagudas inclinadas que forman desfiladeros con paredes de 20 metros de altura que constituyen uno de los puntos turísticos más atractivos de la Ruta 40.