Viña del Mar, con sus clásicas playas y su festival que convoca a público de todo el mundo cada verano, sigue siendo una opción para los argentinos que buscan el glamour de la costa chilena y no le temen al agua algo más fría que en el atlántico.
A pocos minutos de Valparaíso, la ciudad bohemia que deslumbró a Pablo Neruda y que atrapa con sus casas de chapa y madera pintadas de todos colores, Viña del Mar sorprende entre edificios modernos, playas con su agua algo fría del Pacífico y mucha noche.
La “Ciudad Jardín”, nombre que deriva de sus áreas verdes, cuenta con una larga costanera con espacios para el deporte al aire libre, la recreación y la gastronomía. El sector de Reñaca, principal balneario, posee una importante infraestructura y es el lugar elegido por jóvenes (y no tanto) que apuestan a pasar horas en sus bares, restaurantes y discotecas. Y, además, en plena plaza Colombia, está el Casino, en una construcción elegante de 1930 que reúne cada noche a miles de viajeros.
Otro atractivo y que es un clásico fotográfico es el Reloj de Flores que se encuentra frente a Caleta Abarca, en el camino que conecta la zona con Valparaíso y el Muelle Vergara, desde donde puede observarse la bahía como un mirador.
Y entre los museos para conocer, el Francisco Fonck, en memoria del pionero en investigación arqueológica en Chile, es el que más llama la atención. En el jardín del museo, hay un auténtico “Moai”, de Isla de Pascua, que junto a los exhibidos en el Museo Británico de Londres, son los únicos existentes fuera de la isla. Traído en 1951, fue trasladado en 1987 a este lugar para preservarlos de su destrucción por la acción marina.
