jueves, 25 abril, 2024
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Beirut, la capital de los contrastes

Por su diversidad cultural, religiosa, arquitectónica y social, Beirut es una ciudad que atrapa por sus contrastes. La capital del Líbano, alguna vez considerada el “París de Oriente Medio”, se divide entre construcciones modernas y aquellas que conservan las cicatrices de una guerra civil que dividió al país durante 15 años.

Bulliciosa y antigua, hermosa y marchita, con ciudadanos que mezclan el árabe, inglés y francés sin inmutarse y con 18 confesiones religiosas conviviendo en paz, Beirut es muchas cosas a la vez, pero por encima de todo, cautivadora.

Bella y selecta, puede ser un lugar fantástico donde disfrutar de restaurantes y playas exclusivas. Pero, mientras que el centro derrocha sofisticación, en la periferia los campamentos de refugiados palestinos son atroces. Y además, en cada paso uno puede viajar en el tiempo y descubrir algo del pasado dictado desde Francia durante 20 años.

El costado moderno de la ciudad de 380 mil habitantes tiene su mayor exponente en los Beirut Souks en downtown, una de las zonas más devastadas durante la Guerra Civil (1975-1990) y que fue reconstruida por completo tras la contienda. Antiguamente, era un mercado donde vendían oro y productos locales, y con su lavado de cara, se ha convertido en un centro comercial con tiendas y boutiques de las marcas más reconocidas. Algunos de los edificios que se pueden encontrar en el centro son el Parlamento, edificios residenciales, restaurantes y bares con terrazas que ofrecen platos internacionales y tradicionales de la cocina libanesa.

Otro paso obligado es la Plaza de la Estrella, donde se encuentra el kilómetro cero de las calles de Líbano. Este sitio también es conocido como Plaza de la Torre del reloj. Al centro de dicha torre se puede apreciar un reloj de la marca Rolex, que fue una donación de la Familia Abed, migrantes mexicano-libaneses, durante la reconstrucción de la ciudad después de la guerra.

En dirección al centro se encuentra la principal y más grande mezquita de Líbano, la Mezquita de Mohammad Al Amin. Construida por orden del ex primer ministro Rafik Hariri en 2002, considerado como el reconstructor del país, fue inaugurada en 2008. Es una réplica de la Mezquita Azul en Estambul, con sus techos abovedados y sus majestuosas lámparas de araña. Si por esa casualidad el viajero pasa por allí un viernes al mediodía, el día de la semana más importante para los musulmanes, será imposible acercarse ya que se desborda de creyentes que no quieren perderse el sermón del imán.

A un costado de la mezquita se encuentra la Catedral Maronita de San Jorge, cuya inspiración la debe a la Basílica de Santa María Maggiore de Roma. Es aquí donde la mezcla arquitectónica y diversidad cultural de un país lleno de contrastes y que llevó al Papa Juan Pablo II en 1997 a asegurar que “Líbano es más que un país, es un mensaje al mundo”.

La sorprendente Mezquita de Mohammad Al Amin. (Archivo)

Legado fenicio

Para los amantes de los museos, el Nacional que dedica su espacio a la arqueología es un sitio imperdible. No sólo su colección de unos 100 mil objetos atrae a los viajeros, sino que es el único en el mundo que contiene el legado fenicio. Una de las piezas más visitadas es el sarcófago del Rey Ahiram de Biblos del siglo XI a.C. cuyas inscripciones están en alfabeto fenicio y es el testimonio más antiguo descubierto hasta la actualidad.

Uno de los sitios más emblemáticos e icónicos son las Rocas de las Palomas, también conocidas como Raouché Rocks. Están ubicadas frente a la costa Raouché a orillas del Mar Mediterráneo, llamada así por el barrio en el que se encuentra.

Es un hito natural de dos enormes formaciones rocosas de 60 metros de altura y 25 metros de anchura, resultado de la erosión. Una leyenda que suele escucharse en cada excursión es que las rocas son los restos del monstruo marino con el que el griego Perseo se enfrentó astutamente, pues utilizó la cabeza de Medusa para convertir a su oponente en piedra y salvar a su esposa Andrómeda.

Después de apreciar la belleza de Rocas de las Palomas, el barrio residencial de Raouché es una opción para continuar caminando entre edificios y hoteles de lujo, restaurantes y numerosas cafeterías donde es altamente recomendable deleitarse con la comida libanesa. Porque si hay algo que caracteriza a esta ciudad y que no ha desaparecido ni en sus tiempos más convulsos, es su oferta gastronómica y nocturna, que encontrarás cualquier día de la semana y cuya zona de moda está siempre en constante cambio. Y Badaro, sin duda, una calle en la que podrás encontrar una fusión gastronómica de restaurantes japoneses, italianos, armenios y libaneses.

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