El complejo arqueológico Choquequirao, ubicado a 169 kilómetros de la ciudad peruana de Cusco, es reconocido como la “hermana sagrada” de Machu Picchu, debido a las semejanzas arquitectónicas que existen entre ambos sitios, pero que aún no ha sufrido la masificación turística por lo dificultoso de su acceso que requiere del esfuerzo y la aventura.
Se cree que Choquequirao, que en quechua significa “cuna de oro” y en la cosmovisión inca “donde nace lo sagrado”, fue un centro cultural y religioso. Una suerte de puerta de control de ingreso a la región de Vilcabamba y nexo entre la selva amazónica y la ciudad imperial de Cusco. Es considerada uno de los últimos bastiones de resistencia y refugio de los incas que por órdenes de Manco Inca abandonaron Cusco cuando en 1535 la ciudad se encontraba sitiada por los españoles. A Choquequirao, los invasores nunca la encontraron.
El recorrido de cuatro o cinco días de ida y vuelta comienza en Cusco, lugar en el que se toma un transporte hasta el poblado de San Pedro de Cachora, un sitio colonial prácticamente levantado en adobe donde viven solo 3 mil habitantes, y es desde donde nace un camino de aproximadamente 31 kilómetros hasta la ciudadela.
Una vez en Cachora, se debe caminar por dos horas hasta llegar al pueblo de Capulliyoc, emplazado a más de 2900 metros sobre el nivel del mar, y desde allí parte un camino de 9 horas en bajada hasta Playa Rosalinda, en el margen izquierdo del Río Apurimac, lugar donde se recomienda descansar y acampar.
Una vez descansados, se debe cruzar al otro extremo del río a través de un puente y caminar durante tres horas hasta Santa Rosa y luego hasta Marampata – otras dos horas-, que es el tramo más complicado por el relieve del camino y las altas temperaturas.
La puerta de Choquequirao está justamente en Marampata y de ahí en más, el camino es más sencillo hasta la ciudadela emplazada a 3100 metros sobre el nivel del mar.
Todavía restan unos 45 minutos de caminata a través de unas empinadas escaleras que atraviesan los andenes de cultivo (propios de las construcciones incas) para llegar a Las Llamas del Sol, animales sagrados de los incas representados en 24 figuras esculpidas en las piedras de las terrazas y que miran todas al norte. Los caminantes, hasta llegar a Choquequirao, recorren valles interandinos, cañones de hasta 2000 metros, la ceja de la selva y la vegetación andina subtropical.
Cerca de los dioses
El recorrido tiene tramos de dificultad media y alta que requieren de un buen estado físico, una preparación particular y predisposición para las largas caminatas que se combinan con subidas por escarpados relieves con temperaturas promedio de 17 grados, por lo que se recomienda realizar la travesía entre los meses de abril a octubre.
Los nueve sectores que componen el complejo tenían funciones específicas. Algunos son bien distinguibles: se puede ubicar la parte superior (Hanan), los depósitos (Qolqa), la plaza principal (Huaqaypata), el sector inferior (Hurin), el sistema de andenes de cultivo inmediatos a la plaza principal (Chaqra Anden), la plataforma ceremonial (Ushno), la vivienda de los sacerdotes, las edificaciones administrativas, y las Llamas del Sol. Todo se visita con total libertad.
Al parecer, los incas entendían que este lugar se encontraba cerca de los dioses ya que reposa estratégicamente en la cima de una montaña, a más de 3 mil metros de altitud. Según los arqueólogos, además de ser una de las ciudades sagradas -adonde llegó en 1909 Hiram Bingham, que redescubrió Machu Picchu- era un lugar de paso entre la capital del imperio, Cusco, y la selva, y que durante la época colonial se transformó en un símbolo genuino de la resistencia incaica ya que fue el lugar donde se refugiaron en el año 1572 frente al avance de los conquistadores.
A la ciudadela la rodea un impresionante sistema de andenes construido sobre laderas prácticamente verticales. Sirvieron como plataformas de cultivo y como soporte de construcción.
Para poder ver las “Llamas del Sol” hay que bajar unos empinados 30 minutos más por una escalera que atraviesa los propios andenes y acceder a un mirador. Para los incas, las llamas eran sagradas e imprescindibles para el desarrollo de la comunidad.
Por su ubicación, esta ciudad perdida en la ceja de selva es considerada estratégica, y se estima que fue un importante centro religioso, comercial y cultural de la región donde vivieron entre 8 mil y 10 mil personas.