domingo, 21 abril, 2024
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Bajo el encanto galés

Separadas por algo más de 600 kilómetros, Gaiman y Trevelin, encarnan la cultura galesa en nuestro país. La historia que comenzaron a escribir en esa zona de la Patagonia se remonta a principios de 1860, cuando dentro de un plan de expansión de Gales en el mundo, sus responsables pusieron el ojo en el sur de Argentina, que bajo la presidencia de Bartolomé Mitre, buscaba ser poblada.

Dos meses navegó en 1865 el velero “Mimosa” las agitadas aguas del Océano Atlántico, con una tripulación de 153 colonos galeses que soñaban emplazar en la tierra nueva, un hogar que les permitiera practicar con libertad sus creencias religiosas, sus tradiciones y su idioma. En ese periplo hubo nacimientos, fallecimientos y hasta una boda.

El “Mimosa” arribó a las costas argentinas en cercanías de la actual ciudad de Puerto Madryn. No fue sencillo el arraigo: la falta de agua, el paisaje desértico y el clima hostil empujaron a las numerosas familias a moverse hasta encontrar los valles donde asentarse definitivamente. Con los años, se fueron adaptando a la zona, mejorando la convivencia con los originarios tehuelches y estableciéndose definitivamente. Fundaron Trelew y Puerto Madryn y otros pequeños pueblos y empezaron a expandirse hacia la montaña.

Hoy se estima que la comunidad galesa en la Argentina se compone de unas 70 mil personas, que mayormente profesan las religiones protestante, presbiteriana y bautista en sus propias iglesias, y de las cuales al menos el 10 por ciento tiene al galés como idioma materno y otras 25 mil personas lo consideran su segunda lengua, en una suerte de dialecto patagónico llamado Cymraeg y Wladfa.

Desde Trevelin se puede ir al Parque Los Alerces.

Actualmente, el legado galés en la Patagonia cautiva a los visitantes con su memoria viva que perdura en las capillas galesas de Esquel y Trevelin, en nombres de ciudades como Trelew, Rawson y Gaiman, y en el Valle 16 de Octubre o Valle Hermoso, en galés BroHydref o CwmHydryf, que recuerda a los rifleros de Fontana y a una expedición que, con el viento en contra, mensuró las primeras leguas del sur.

Los galeses, claramente, son un pueblo religioso, hasta el punto que ellos mismos suelen decir que cuando un inglés llega a un lugar, lo primero que construye es un negocio; un norteamericano, una escuela; y un galés, una capilla. Las capillas galesas, con sus fachadas sobrias de ladrillos cocidos y sus techos de chapa a dos aguas, son el distintivo de todas las ciudades patagónicas.

El sello en Trevelin

Más allá de la Capilla Seion, en pleno centro de Esquel y que terminó de construirse en 1915, las mayores marcas galesas de esta zona están en Trevelin, a unos 24 kilómetros de allí, en un tranquilo pueblo cordillerano. Y un buen comienzo para zambullirse en esa cultura europea es el Museo Molino Los Andes, en el que se encontrarán objetos, vestimentas e imágenes y una cronología completa de la vida en el valle, los periplos de los primeros habitantes y la impronta que esta población le imprimió al lugar.

En esta localidad está la capilla galesa más antigua de la región: Bethel. Originalmente levantada con paja y madera en cercanías del Río Percey, el actual edificio data de 1910 y fue construido enfrente de aquella, de manera más sólida con ladrillos y chapas.

Pero un infaltable que permite viajar en el tiempo a los visitantes es el molino Nant Facht, cuyo nombre en galés significa “Arroyo Chico”. Además de su imponente arquitectura, actualmente exhibe elementos propios de los primeros colonos como máquinas agrícolas, máquinas de coser e instrumentos musicales tales como vitrolas y órganos. Además, están recreados un galpón de herrería y un viejo almacén de ramos generales. El molino sigue funcionando y pertenece a la familia Evans, que llegó con la colonia, por lo que además de los elementos exhibidos, hay un legado histórico vivo que suelen compartir los anfitriones con aquellos que llegan con ansias de conocer.

De los atractivos que más atención suscitan entre los visitantes a las ciudades y pueblos de los valles de Chubut, está sin dudas la infusión estrella: el té galés. Se trata de una bebida tradicional que se sirve en teteras de porcelana cubiertas con pulóveres y que se acompaña con pan casero, tartas y tortas.

Un imperdible, la merienda en las casas de té galés. (Turismo de Esquel)

Curiosamente, si bien las galletitas a la plancha son un acompañamiento típico galés con más de mil años de historia, la llamada “torta galesa” es una receta propia de los colonos que llegaron a la Patagonia. Se cuenta que mientras los hombres salían en las largas y frías jornadas a procurar alimentos y agua, escasos en la región, las mujeres quedaban al cuidado de los niños. Y que de sus manos, mezclando ingredientes básicos como harina, azúcar negra, nueces, frutas conservadas con azúcar, miel, surgió esta torta galesa, virtuosa por su buena conservación y por la concentración de calorías, imprescindible en las áridas y frías tierras de la Patagonia.

Rumbo a Gaiman

A unos 40 kilómetros de Rawson, la vida turística de Gaiman, de unos 12 mil habitantes, se complementa en la provincia con la oferta de la costa, concentradas en Puerto Madryn y Península Valdés, como avistajes de ballenas, buceo y visitas a la gran colonia de pingüinos de Punta Tombo.

Merendar en alguna de las casas de té galés de Gaiman -cada una con sus características, decoración, servicios e historia propios- es una tentación para todo turista que visite la zona. Las casas de té locales son Plas y Coed, la primera en la Patagonia; Ty Te Caerdydd, famosa por haber recibido a Lady Di en 1995; Casa de Té Gaiman; Ty Cymraeg; Ty Gwyn y Ty Nain.

Los colores de Gaiman se mezclan con aires galeses. (Turismo de Gaiman)

Para conocer la ciudad y “bajar” el té, es ideal una caminata que puede empezar frente a Plas y Coed, en la plaza Julio Argentino Roca, atravesada por las aguas del Canal Norte. También es pintoresca la ribera del río Chubut, bordeada de sauces y fresca vegetación, donde se pueden armar picnics o beber algo en una terraza sobre el agua.

En todo Gaiman se ven las típicas construcciones de ladrillo a la vista con techos de chapas acanaladas, algunas con mucha historia, como la ex estación de trenes devenida en Museo Regional, el Antiguo Correo, la Biblioteca Ricardo Berwyn, el Museo Antropológico y la primera casa de la ciudad, construida en 1874 por David Roberts, actualmente también museo.

El Camino de los Galeses, inaugurado en 2013, recorre unos 20 kilómetros y lleva a muchos de estos sitios históricos, a la zona de chacras y a puntos panorámicos en los cerros y bardas. El Parque Paleontológico es un verdadero museo de sitio donde en excavaciones de escasa profundidad se pueden observar estratos y restos de la vida prehistórica de la Patagonia.

Mientras que a unos pocos kilómetros está la pequeña Dovalon, que atesora retazos de historia de quienes forjaron los poblados del sur y cuenta con vistosas calles, donde se conservan edificios centenarios, como es el caso de la comisaría local. Esta pequeña población es conocida como “la localidad de las norias”, ya que estas tuvieron un lugar de importancia para el desarrollo de la actividad agrícola, puesto que por ellas llegaba el agua de riego a las quintas; y también por tener una vasta producción harinera. En el pueblo se conserva un viejo molino donde actualmente funciona el restaurante “La Molienda”, cuya especialidad son las pastas elaboradas con harina procesada allí mismo.

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