“Para encontrar el alma de Polonia, debes buscar en Cracovia”, escribió alguna vez el autor y crítico, Wilhelm Feldman, a principio del siglo pasado. Y vaya si tuvo razón. El alma está esculpida en casi todas las piedras de su antigua capital y esta atmósfera puede sentirse en cada uno de los lugares más visitados. Antigua capital de Polonia, situada en la parte sur del país, es una de las ciudades más bellas de Europa, además de la perla de la corona.
Rica en cultura, en monumentos, en gastronomía y, por supuesto, en posibilidades de diversión. Como ciudad estudiantil que es, Cracovia tiene espíritu joven. Y eso que su Universidad, del siglo XIV, es una de las más antiguas del continente. Entre sus alumnos más eminentes figuran el mismísimo Copérnico y Karol Wojtyla, que fue obispo auxiliar y arzobispo de esta diócesis antes de ser nombrado Papa.
Cuenta la historia que el primer asentamiento del que se tiene constancia en la zona esta fechado en la Edad de Piedra, y que a finales del siglo X la ciudad ya era un importante centro de intercambios comerciales. A mediados del siglo XVII y tal como le sucedió al resto de Polonia, Cracovia fue atacada por los suecos y, a finales del siglo XVIII tras la ocupación y partición de Polonia, la ciudad pasó a formar parte del Imperio Austro-Húngaro hasta el final de la I Guerra Mundial que pasa de nuevo a manos de Polonia. En la II Guerra Mundial la ciudad estuvo relativamente a salvo de la destrucción sufrida por otras ciudades (como es el caso de Varsovia) aunque sufrió el saqueo de numerosas obras de arte.
El epicentro de la activa vida cracoviense está en su Plaza del Mercado (Rynek Główny), considerada por muchos como la más importante de Polonia por su trascendencia histórica, por su tamaño (un cuadrado de 200 metros de lado) pero también porque en ella se han concentrado a lo largo de los siglos los tres grandes poderes: el religioso, simbolizado por las imponentes torres desiguales de la iglesia de Santa María (siglo XIV); el económico, con el Mercado como tal (Sukiennice), ubicado en una bonita construcción renacentista que ocupa el centro de la plaza; y el político, con la torre del Ayuntamiento, que es uno de los emblemas de la urbe.
Como parte de un plan urbanístico con la finalidad de ganar más espacio para la plaza, el edificio del antiguo ayuntamiento fue demolido en 1820. Desde entonces, lo único que se conserva es esta torre que en el pasado albergaba una prisión y unas cámaras de tortura de la ciudad en los sótanos de la misma. La torre, de estilo gótico, fue levantada en el siglo XIII y en la actualidad forma parte del museo histórico de Cracovia. Un dato: en 1703 estuvo a punto de caerse durante un fuerte temporal, y si bien resistió, quedó torcida 55 centímetros.
Lo político y lo religioso aparecen también íntimamente ligados enla colina de Wawel, donde se sitúa la Catedral y el Castillo, residencia de los reyes polacos hasta el traslado de la capitalidad a Varsovia y desde donde se divisa una fantástica panorámica al resto de la ciudad y al curso serpenteante del río Vístula. Por cierto, según la épica polaca, un dragón aún custodia la cueva sobre la que fue fundado el castillo y cuyos túneles conducen hasta la misma orilla del río.
El Castillo es una fortificación de estilo renacentista en cuyo interior se encuentra la Catedral de San Wenceslao, que fue el lugar de coronación de los reyes y la Capilla de Segismundo que alberga las tumbas de los reyes Jagelones de Cracovia. Un poco más adelante se llega a un gran patio desde donde se tiene acceso a las Salas Reales (los aposentos, el Salón del Senado, el Salón del Estado) y a las salas en donde se guardan los Tesoros de la Corona. Además, Wawel fue la residencia elegida por el general Hans Frank y su familia durante el infausto episodio en que la Alemania nazi sembró de terror el país.
Otro de los atractivos de los viajeros que llegan hasta aquí es la Barbacana de Cracovia (Barbakan), una estructura defensiva circular construida en ladrillo y situada en la parte exterior de la antigua muralla, siendo uno de los accesos obligados o más bien un punto de control para todos aquellos que quisiesen acceder a la antigua ciudad. Fue levantada en estilo gótico en 1498 y en la actualidad, aparte de ser una de las atracciones turísticas, es también escenario de algunas celebraciones que se llevan a cabo en su patio circular de 24 metros de diámetro. La Puerta Florianska y un pequeño tramo de murallas adyacentes a esta es lo que queda en la actualidad de esta muralla. Se trata de una torre del siglo XIV que era uno de los accesos a la ciudad una vez se hubiese pasado por la Barbacana. Pasando la puerta Florianska se llega a la populosa calle Florianska desde donde se divisa ya la Plaza del Mercado a pocas cuadras de allí.
Antes de abandonar la ciudad, merece la pena probar su gastronomía, contundente y sabrosa. Por ejemplo, en el restaurante Pod Baranem, muy frecuentado por intelectuales y artistas, como la última Nobel de Literatura polaca: Wislawa Szymborska. O en el estiloso Pod Nosem, junto a la colina de Wawel y en plena Calle de los Canónigos, cuyo ingrediente estrella es el caviar, pero donde también se degustan platos de la tradición centroeuropea, como el steak tartar y los guisos a base de carnes rojas.
El horror nazi y el recuerdo aún presente
El barrio judío Kazimierz es una cita obligada para acercarse a la dura historia de este pueblo. El origen del distrito se remonta al siglo XIV, cuando el rey Casimiro construyó una pequeña ciudad junto al recinto amurallado del Castillo de Wawel, a la que llamaría Kazimierz y que sería independiente de la ciudad de Cracovia. Del gueto que se levantó en la ciudad sólo quedan algunos restos del muro que lo rodeaba y la fábrica de Schindler (en donde se filmaron secuencias de la oscarizada película “La lista de Schindler”) y en donde hoy en día se encuentra el museo Oskar Schindler.
Pero habrá que recorrer 60 kilómetros desde Cracovia para llegar a Oswiecim, la localidad que alberga los dos campos de concentración que marcaron la historia: Auschwitz I, el original, y Auschwitz II o Birkenau, construido posteriormente como lugar de exterminio de más de 1,1 millones de personas.
La puerta hierro de acceso a Auschwitz con la tristemente famosa frase Arbeit Macht Frei (El trabajo los hará libres), es el comienzo de un recorrido lleno de profundas sensaciones. Tras atravesar la puerta con la curiosa frase, los pasillos del complejo conducen a inmensas barracas, donde estuvieron amontonados los hombres y mujeres que luego iban a ser exterminados. En el recorrido se pueden contemplar numerosos objetos de los propios prisioneros y ver documentales que narran las historias de este campo del terror.